Por Guillermo Cides
Los que se van, van quedando.
Se amontonan ahí, todos, en mis días pequeños, con pocas sillas para sentarse. Se quedan ahí, con sus caras simples que miran tranquilas. Son las caras del pasado, de aquellos que conocí, aquellos que me tocaron en vida, compañeros de viaje ocasional que duró un soplo, un largo y profundo soplo de vida y aliento que nos mezcló a todos en un amasijo de abrazos y apretones de manos. De besos, de miradas, de silencios, de música compartida. Hay hasta tenderos de mercaditos de verduras que, sin saberlo, decoraron nuestro pasado día a día. Gente única, los actores principales de la obra de nuestros días, aquellos que pasaron y se quedaron en nuestros recuerdos.
A medida que se van, se quedan. Y cada día los recuerdo aunque no quiera, aunque no duerma. Se aparecen de la nada, como viejos fantasmas amigos, compañeros del resto del viaje, lo que me queda por vivir.
Y yo los observo con calma y los dejo quedarse.
Hasta que yo sea uno de ellos y aparezca en las memorias de los otros. Hasta que ya no haya memoria y entonces sí, seremos aire, polvo, viento mezclado en un mundo que está hecho de eso, de pedazos de tiempo y de personas con cara de recuerdos que no se van. Que se quedan.
G. C.
En homenaje a Nicolás “Colacho” Brizuela, conocido por ser guitarrista de Mercedes Sosa por muchos años. Había descubierto el Stick recientemente y estábamos colaborando en algunas ideas. Gracias por los acordes y la inspiración, Colacho.