Por Guillermo Cides
Eres joven y no te importa. Pero te haces mayor y empiezas a resumir tu historia. A entenderla, a considerarla y – como a los jóvenes – a que no te importe.
En mi caso – qué, convengamos no importa demasiado – me tocó vivir cosas impensadas en esta locura de vida que es la música. Básicamente podría decir que estuve en todos esos lugares, en esas fiestas, con esas personas, en esos escenarios, en esas situaciones. Pero lo mas relevante -insisto, si es que hay algo relevante – es que nunca intenté estar allí.
Viviendo entonces en el sur del mundo lejos de la tecnología y de las últimas novedades, sin dinero y con la simple curiosidad de un joven argentino que quiere decir algo y no sabe cómo, descubrí mi voz en el Stick, un instrumento del que poco y nada se sabía. Aprendí sin maestros, sin guías, sin discos y sin referencias. Ofrecí el primer concierto solista que se diera en Argentina – y posiblemente uno de los pocos en el mundo por aquellos días. Pero a mí, el mundo me quedaba grande. Grabé mi primer disco sin saber cómo debía sonar un Stick, descubriendo en solitario el fuego. Envié un cassette (!) al inventor del Stick Emmett Chapman cuando descubrí que existía un inventor del Stick. Cuando el álbum salió a la luz, Chapman incluía mi disco en cada uno de los Stick que se vendía en aquella época como una forma de mostrar qué era lo que se podía tocar con el Stick que él había inventado. Sin embargo ese disco había sido grabado sin saber qué cosa se podía tocar con el Stick.
Un promotor argentino creyó en mi -Aquiles Sojo- y comenzó a ponerme como apertura en conciertos de grandes bandas – E. L & Palmer, Rick Wakeman, Jethro Tull. etc. Allí, parado solo con mi instrumento frente a miles de personas ofreciendo un concepto de concierto que ni siquiera yo sabía si era posible mientras que desde Inglaterra la revista Classic Rock Society hacía un review de mi primer trabajo “El Mundo Interior de los Planetas” con un resumen que aún hoy me deja perplejo, por lo inesperado: “Cides pone en vergüenza los últimos trabajos de Tony Levin y Trey Gunn” decía el artículo. Mas allá que la comparación era horrible y que no era eso lo que yo buscaba, tampoco entendía bien porqué un periodista inglés prestaba atención a un músico oculto y sin pretensiones del sur del mundo.
Desde esos días, hasta hoy, me ha tocado vivir cosas surrealistas. Tú nómbralas: gira de 10 conciertos con Roger Hodgson? Allí estuve. Conocer a muchos de los “próceres” del rock nacional argentino? Allí también. Entrevistas y apariciones en periódicos y television nacionales? Todos ellos. Hasta el día que un grupo de chicos tocó timbre en mi casa para comprobar que era cierto que allí vivía el hombre del Stick. Tuve entonces miedo de perder mi intimidad. Quizás por eso empecé a buscar nuevos lugares, para ser anónimo como en el principio. España, Colombia, Holanda y otros países vieron pasar a este hombre escapado de su fortuna con su Stick como lanza. Empecé a tocar con artistas extranjeros que me llamaban para giras. Fueron grandes momentos. Pero otros, inentendibles para mí. Incluso hasta un acomplejado baterista me dijo, literalmente: “Yo merezco mas dinero que tú. Yo soy mejor que tú. Tengo mas alto nivel. (Sic)”. Siempre me resultó curioso que alguien que había tocado con Peter Gabriel y que me había llamado para tocar, se sintiera “amenazado musicalmente” por un argentino que solo tocaba el Stick de la mejor forma que sabía hacerlo. Tuve miedo otra vez del mundo. Le respondí literalmente: “Es cierto. Yo aún estoy aprendiendo” y me marché nuevamente. Aún conservo sus emails con una disculpa tardía y mal hecha.
Hoy a la distancia pienso que quizás este “quijote musical solitario” fue lo que vio el periodista inglés en su critica de aquel día. No lo sé. Y al igual que el quijote manchego, hay un mundo de molinos que no comprendo, lleno de “niveles” y de “mejores y peores”. Un mundo de egos y de éxitos que no forma parte de mi cultura. Quizás por eso la música latina tiene esa fuerza y esa honestidad: porque no nos importa ni nunca nos importará. Y cuando la música se hace sólo desde la necesidad, nace la música honesta. El resto son molinos de viento.
Hoy, después de terminar los 40 conciertos de mi última “Gira Silenciosa” y metido en el estudio de grabación donde paso mis horas grabando discos que serán posiblemente anónimos -o escuchando a Bill Evans- no puedo aceptar invitaciones de músicos que no haya tenido hijos. Porque ya no creo en líderes que no hayan tenido hijos: los hijos son los que te enseñan y nadie más. Sólo creo en el trabajo y en el absurdo y maravilloso intento de dejar para la posteridad cosas que no mueran con el tiempo, y quizás alguna forma de tocar o de componer. Alguna melodía que pueda subsistir incluso después de mí y de mi nombre, viajando eterna en un interminable universo de estrellas silenciosas.
Eso y nada mas, es la música.
La historia, si es digna de permanecer por sí misma, es como el agua que no se puede ocultar ni detener y yo, al igual que cada uno de ustedes, podríamos escribir un libro y seguramente compartiríamos capítulos en común. Pero no lo haremos, por una razón: porque no importa ya.
Y porque no somos mejores que nadie.
G.C.