Por Guillermo Cides
Julio, España 2018.
Es verano aqui y los días calurosos se apresuran a salir temprano para llevarnos a todos al mar, piscina o cualquier lugar fresco que sea digno para combatir el calor. Pero mi combate es otro. Es la lucha por mi hija, por sus derechos y por los míos. Es la lucha contra el peor de todos los egoísmos de la humanidad: intentar privar a una hija de su padre.
Por eso festejo a boca abierta mi triunfo, porque la ley me otorga -entre otras cosas- el derecho de que mi hija pase en los veranos un mes entero conmigo. Y aquí está ahora, en mi casa feliz cada día y con una sonrisa cuando respondo a su simple pregunta: “¿…porque no puedo estar contigo?” “Ahora ya puedes hija mía. Siempre podrás.”
No existe persona en este mundo que me impida estar con ella. No existe astucia legal que burle el derecho establecido. No existen juguetes escondidos, influencias tóxicas, ni manipulaciones psicológicas que nos impidan a mi hija y a mi querernos. Y que yo, como padre, haga el trabajo mas hermoso de este mundo: influenciarla con mi esencia para siempre. Traspasarle lo mas imborrable en un ser humano, aquella marca de la niñez que nos guiará en el futuro como mujeres y hombres. Ni siquiera el infame robo a mi buzón de correo – que llevó al banquillo del juez a dos personas sin ética, una de ellas vergonzosamente mayor y abuela – me frenarán para hacer mi trabajo de padre aunque tenga que recurrir a la justicia un millón de veces mas para que mi hija tenga padre y madre de manera igualitaria.
Dicen que existe en cada mujer -que se digne a serlo- una leona interior.
Yo aseguro hoy que existe dentro de cada hombre -y me digno de serlo- un león dispuesto a enfrentar el universo.
G.C.